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La chica de la curva




Después de leer este artículo sobre El País se me vino a la cabeza una historia que pasó una semana después de la noche de Halloween, más o menos. Un amigo, que ya no me habla, me trasmitió una preocupación bastante seria que le asaltaba; ahora se la trasmito a ustedes.

Me explicó mi amigo que le habían contado que en mitad de la Sierra de G. hay una carretera perdida que comunica dos pueblos. La carretera ni siquiera aparece en el GPS. Solo la conocen los que viven por allí y poco más. El desvío aún puede verse si se conduce despacio pues está sepultado por la maleza y las ramas de los árboles. El caso, parece ser, es que de vez en cuando algún forastero se mete por esa carretera, y eso que es difícil, ya que, una vez tomado el desvío, uno debe bajarse del coche y apartar una cadena de hierro que cruza la vía. En una señal sobre la cadena los lugareños de J. han escrito: “No pasar, por favor, por el amor de Dios” (Sí, a mí también me sonó a chiste). Cerraron la carretera porque era muy peligrosa y, sobre todo, porque por las noches, en una de las curvas, se aparece una muchacha vestida de blanco. La chica advierte a voz en grito al visitante que fue allí donde murió.

Hasta aquí lo que todos ustedes podrían esperar con el antecedente sobre Halloween que les di (pero, ¿el de Prisa…? Todo a su tiempo). Lo que le preocupaba a mi amigo era lo siguiente. Aún con toda la precaución por parte de los vecinos para que los forasteros no entren (¿con una cadena y un cartel? ¿eso es todo lo que pueden hacer? ¿De verdad?) uno tomó el desvío para ahorrase unos minutos de trayecto. Cuando llegó a la curva la chica hizo su aparición fantasmagórica señalando la curva, pegando gritos y con la mirada encendida puesta en el conductor. Claro, el señor que conducía se pegó tal susto que empotró el coche contra un árbol y se mató.

Como el conductor había muerto en esas circunstancias de causa paranormal, su vida ultraterrena se las prometía difícil: quedó su ánima en la carretera por mucha cristiana sepultura que se le dio a sus restos. Ahora la gente que se atreviese a entrar en la carretera se encontraba con la aparición del conductor que les avisaba que más adelante se mató porque hay un fantasma que les avisa de que deben pisar menos el acelerador. Pasó poco tiempo hasta que una conductora se saliese de la carretera y se matase por culpa del fantasma. El ánima de la conductora quedó en la carretera y ahora avisa que poco después se encontrará un fantasma que se mató porque más adelante hay una chica que dice que… Y poco después otra persona se salió de la carretera y se mató y así ahora hay como una cadena de veinte fantasmas que avisan de lo que va a venir. Mi amigo se le veía seriamente preocupado porque dentro de poco los fantasmas ya no van a caber en el camino, ¿qué va a pasar entonces? ¿cómo se las van a apañar si llega este suceso a la carretera principal?

“¿Por qué nadie dice nada en la televisión de esto? Lo tuve que ver por el Youtube”, me decía. Pero no se trataba solo de una pregunta retórica, esperaba que le contestase con algún razonamiento de algún tipo a una cosa que me parecía bastante poco razonable. ¡Vaya brete! No tenía muy claro por dónde tirar. Primero tanteé la posibilidad de que me estuviese bromeando; pero no, mi amigo iba muy en serio. Pues nada, lo mejor que se me ocurrió fue dar un rodeo para hacerle  entender que, de por sí, el tema este de la chica de la curva tiene más años que la tos, que es lo que se llama leyenda urbana y cuya finalidad aparente es la de advertir a la gente de los peligros de la vida moderna, como el coche. Vamos, ni más ni menos que lo que la canción esa decía lo de “precaución amigo conductor, la senda es peligrosa”. Que de la historia hay muchas variantes y tal. Pero mi amigo decía “si tanto se dice, algo pasará. Y toda leyenda tiene un poso de verdad”. Sí, claro, toda leyenda tiene algo de verdad si pensamos, por ejemplo, que en el mito de Gilgamesh hay personas y las personas existen. Además, en términos metafísicos, es muy difícil decir que en las leyendas haya verdad como es verdadero que el agua es H2O. Pero esa es otra cuestión y mi amigo no estaba muy metafísico más allá de las tribulaciones de lo paranormal. Por tanto, no me quedó otra que decirle que aquello era falso, que esas cosas no pasan y que no debería preocuparse. (Con todo lo que sucede a nuestro alrededor a cuento de qué esa turbación por algo que no pasa).

Pero mi amigo lo llevó tremendamente mal. Se enganchó conmigo en una discusión un tanto bizantina sobre los hechos paranormales, mi presunto positivismo científico y sofismos varios. En conclusión, llegó a un punto en el que me lanzó directamente la pregunta de si creía que él era tonto. Ahí me di cuenta, sin duda ninguna, de que era yo el que me había encontrado con la chica de la curva. Si le presto atención voy a ser el que se estrelle y si paso de ella me voy a estrellar también, porque se supone que para eso está. En fin, que sabía que me iba a dar la hostia. Y así pasó. Lo que le contestase da un poco lo mismo, desde aquel día dejó de hablarme. Me quitó de las redes sociales y todas estas cosas del moderno ostracismo.

La cuestión puede parecer trivial pero este tipo de situaciones en las que ya no hay marcha atrás son la única cosa salvable del mito de las consecuencias indeseadas de meter chica de la curva en tu carretera. Cuando mi amigo comenzó a contarme su historia tenía que haber callado, asentir y dejarlo estar o cambiarle de tema, porque como siguiese adelante me la iba a encontrar, como fue lo que pasó. Porque de lo contrario te vas a ver en la obligación de ser tú quién le advierta al otro de lo que está pasando, y de esa no vas a salir bien.

Algo así se entiende que le pasó al New York Times cuando se encontró con su chica de la curva particular en la dinámica de censura y control editorial de El País. Unos periódicos afines, en tanto que El País siempre ha querido mirarse en ese periodismo internacional anglosajón de prestigio, rompen relaciones porque el NYT decide mirar con lupa qué está pasando en la prensa española y hacer un artículo sobre ello. El diagnóstico del NYT es acertado, aunque sea algo que todos ya sabemos: que la prensa está bastante contaminada por intereses económicos y son medios de propaganda en lugar de informar, que se supone que es su función. Que un periódico opine no tiene que ser necesariamente propaganda, pero en el caso de numerosas publicaciones no cabe duda de esa guerra abierta de intereses; guerra de periódicos que ven fantasmas en Venezuela, en los refugiados, en los partidos emergentes, en la posibilidad de un giro menos neo-con al mundo neocon, en la similitudes entre partidos de ideologías afines, en fin, en mantener a todos en la absoluta y con constante sospecha. El NYT estaba en su obligación de decirle a El País (y al país) lo que cree que está sucediendo si, al menos, se considera amigo. Pero ahí está la chica de la curva y El País rompe con NYT y, encima, le pone a parir ¡Los niveles macro y micro a veces se parecen tanto!

Así que ya saben. Si tienen la sospecha de que se van a encontrar con la chica de la curva y no quieren verse en la obligación (moral) de tener que hablar al respecto, mejor que no tome ese desvío, que ya lo toma Iker Jimenez todas las semanas por usted y sale bien parado.



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