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Rodrigo Rato, Horror Cósmico



Me gustaría dejar constancia de un mal que me aflige. Tal vez así pueda ayudar a otros que también les oprima.

Rodrigo Rato me aterra. Vivo en constante pavor desde que fue imputado (¡Ay, si es que a esto se le puede llamar vida!) Cuando veo la imagen de Rato las piernas me fallan, la presión se me acumula en el pecho y un vértigo ignoto se apodera de mi razón; la única cura posible consiste en correr a esconderme tras la puerta del dormitorio. A resguardo, en un estado febril, permanezco hasta que creo que se ha ido. Eso, a veces, lleva un par de horas. Esta extraña condición de mi temperamento se repite con otras figuras políticas que están en el foco mediático, pero con Rato se me agravó considerablemente. Por ejemplo, la imagen en la que el agente de aduanas le coloca la mano en la nuca para evitar que el ministro de Aznar se golpee la cabeza al entrar en el coche policial me acompaña en mis interminables noches de vigilia, pero también alimenta sueños oscuros y terribles. En éstos trato de gritarle al agente que se aparte, pero mis advertencias siempre llegan tarde. La piel correosa de la nuca de Rato se abre impía como la boca de una planta carnívora para después cerrase con un violento chasquido sobre la mano del agente.  

Parte de un texto escrito para irispress.es 

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