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Dividir el átomo






El pequeño recorte, creo que de la revista Quo es poco preciso. No engaña, es un hecho que el chico sueco trató de dividir el átomo en el fogón de su cocina (sueca), pero también es un hecho que tener una intención no implica, necesariamente, que uno se muy próximo de conseguir sus objetivos. Las autoridades le detuvieron por comprar elementos químicos peligrosos, que necesitan un control especial, y no porque consiguiese algo parecido a una reacción nuclear. Lo digo porque los españoles somos muy de imitar y parodiar las cosas. No vaya a ser que a alguien le de por intentarlo.


Noticias así te hacen pensar que la juventud sueca está mucho mejor preparada que la española. En lugar de botellón, porrear o lamentarse por estar en el paro, los emprendedores suecos se dedican en sus ratos libres a romper el átomo en sus cocinas. Pero no es oro todo lo que reluce, y dividir lo indivisible tiene sus complicaciones.



El muchacho en cuestión, Richard Handl, debió convertirse por unos días en una celebridad local, además de considerársele como el vecino más peligroso por los habitantes de su comunidad. Yo no les culparía: suficiente con tener miedo de los okupas y Podemos como para, además, preocuparse por si a Richard le da por volver a dividir el átomo. Los suecos no tienen Podemos pero tanto da, si leyesen publicaciones de orden como El Mundo entrarían en razón y los temerían.

El chico se hizo una sesión de fotos para alguna publicación sueca y, cómo no, tuvo que demostrar su pasión por lo nuclear vistiéndose con una camiseta de lo más representativa. Tampoco me extrañaría que los periodistas le dijesen que se la pusiera, pero me da a mí que Richard tiene demasiada pasión por lo suyo. Me recuerda a mí cuando me da por algo, eso que decía mi madre de que “cuando un tonto va por una linde, la linde se acaba, pero el tonto sigue”. Dicho que, por otra parte, tiene que ver más con lo atento que va alguien por la vida que con la inteligencia. De hecho, y perdón por la digresión, al inteligente siempre se le atribuye el defecto de ser despistado, de andar en su mundo, y dado su natural estado de ensimismamiento, obviar lo que para todos es evidente hasta que no se ha dado con esto en las narices. Así que el dicho tiene más de anti-intelectualista que de mejor no sea usted tonto. Otra lectura: mejor déjese de mamandurrias y concéntrese en la labor que se le asignó. 

Así como sucede en estos programas del tipo “enséñeme su casa”, Richard abrió las puertas de su cocina para que los reporteros viesen con sus propios ojos el lugar mágico donde alguien trató de partir por la mitad aquello que desde hacía siglos, y por definición, se pensaba indivisible. Me gustaría hacer énfasis en la expresión dividir el átomo y en la palabra cocina. Lo creo innecesario, pero tal oxímoron debería clavarse en sus mientes. En los programas de wrestling constantemente nos recuerdan a los niños que no debemos hacer esto en casa. Bueno, me da la impresión de que también tenemos que aclarar que no deberíamos dividir el átomo sin unas mínimas condiciones de seguridad. Por favor, no os pongáis a buscar enloquecidos tutoriales en Youtube sobre el asunto.

Podría pensarse que Richard tenía todo preparado. Si vuelven a la foto de entrada verán que ilustraron el asunto con un pequeño reactor nuclear de tamaño casero y unos señores vestidos adecuadamente con trajes antiradiacción. Al yuxtaponer ambas imágenes se forma cierta imagen mental de Richard ataviado con uno de estos trajes y preparando el cóctel en el calentador de agua de su cocina, perfectamente preparado para la ocasión. Como si de Walter White preparando metanfetamina se tratarse. Sin embargo, lo que los policías encontraron en la cocina de Richard fue esto:


No es broma. Richard pretendía dividir el átomo en ese recipiente para yogures. Mezcló los elementos químicos con la cucharilla del postre mientras fumaba un cigarro tras de otro (o ni siquiera se molestaba en vaciar el cenicero). Un zumito de frutas cerca, por si le entraba sed, y un cuchillo en caso de que hubiera que partir algo más grande que la esencia misma de la materia. Calentó todo el mejunje en su hornillo y aquello debió ponerse bastante feo. Como la chica tan famosa que la lió parda, Richard montó un Cristo bastante serio cuando los químicos comenzaron a reaccionar. No dividió el átomo pero posiblemente sí que dividió a la comunidad de vecinos entre seguir aguantándole o mandarle a paseo.

Es significativo que las autoridades suecas le detuvieran por los químicos y no por estar (ni siquiera cerca) de dividir el átomo. Lo peligroso era que había comprado productos químicos que no eran, precisamente, para consumo privado. Mal utilizados podría haber causado una explosión o una nube tóxica. Aunque esto es mucho especular, la posibilidad estaba ahí. Sin embargo, con esas herramientas era tan improbable que lograse su objetivo de partición atómica como clavar un clavo de nueve pulgadas con una botella de cristal.

Richard es un poco nerd, en eso podemos estar todos de acuerdo. Seguramente se convirtió en el hazmerreir de las redes sociales y en Suecia se entretuvieron con su caso durante un par de días. Un poco pequeño Nicolás. Sin embargo, su interés desmedido por lograr un hito científico poco o nada se diferencia de otros grandes momentos de la historia de la ciencia. Sí en el resultado catastrófico y en los medios, pero no en la voluntad y en la curiosidad inmanente a todo buena persona de ciencia que se precie.

En enero del 2014 estrenó el remake del famoso programa Cosmos de Carl Sagan. Si algo tiene este remake, como el original, es su énfasis pedagógico en presentar y situar adecuadamente los hitos científicos y vender a sus perpetradores como héroes de la Humanidad. En un mundo donde los deportistas se nos presentan desde los medios como héroes no está mal que de vez en cuando alguien nos recuerde que también fueron Newton, Faraday o Pointcaré los responsables de que nuestras vidas sean como son. Eran gente preparada, tal vez algo de lo que Richard carecía, cosa esta fundamental para alcanzar un logro, pero, en el fondo, aquello que les motivaba tiene bastante en común. Y no es, por supuesto, la Humanidad, pero sí algo así como conseguir que el mundo se ajuste a sus expectativas.

El matrimonio Curie se mató resolviendo el problema del radio mientras desconocían de sus propiedades radioactivas. A Richard se le puede acusar de descuidado sabiendo como sabemos de lo peligroso que es jugar con estas cosas. Pero no de haber fallado (aunque para sus vecinos fue un alivio que no lo lograse). Su ambición merece la pena ser destacada. Me recuerda a mí cuando me pongo a escribir alguna de las cosas que hago y pretendo creer que estoy, consciente o inconscientemente, embarcado en una tarea titánica, de proporciones cósmicas. Que mis palabras van a desencadenar una reacción nuclear de tales proporciones que lo que parece indivisible se partirá en una sucesión en cadena sin fin. Luego no pasa, evidentemente; tal vez para bien de mi comunidad de vecinos. Claro que las ambiciones sin medida producen frustraciones sin medida. Si alguien pudiera mirar dentro de mi cabeza podría encontrarse algo parecido a la foto de la cocina de Richard tras sus experimentos.

Tampoco hay que desesperarse, una entrada en un blog, un artículo o relato no van a cambiar la faz de la Tierra. Conviene situarnos en el lugar que nos corresponde: unos, la élite intelectual, divide el átomo y los demás quedamos para lo que valemos: blogger y poco más. Pero cuidado, me da la sensación de que ahí está la trampa. Puede que aquello que se escribe o se hace en la intimidad del hogar sea, en el mejor de los casos, inútil e irrelevante para el resto del mundo. Pero los hechos, esto es, la historia del ser humano, nos ha dado bastantes casos de lo contrario. Que nuestras acciones parezcan que no tienen repercusión alguna no implica, necesariamente, que haya que dejar de hacerlas. Cuantos más veces se tiren los dados, y cuántas más personas lo hagan, más cerca se está de que en algún momento salga lo que se pretende.

Seguro que se da un mayor número de fracasos que de Éxitos. Seguro que hay más Richards que Newtons. Pero Newton necesita a Richard porque a Newton solo se le evalúa adecuadamente conforme a otros que lo intentaron antes que él y no lo consiguieron.

n no pareció que a Richard le importase mucho el fracaso de su tarea. Tal vez ahora será más cauto y, dado que las autoridades han vetado su acceso a la industria de los químicos, sus experimentos vayan a ser con gaseosa. La sociedad (y su comunidad de vecinos) puede sentirse más tranquila. ¿Seguirá soñando con lo imposible o habrá decidido seguir el camino en lugar de permanecer ensimismado en sus tonterías?


Dividir lo indivisible, ¡qué tontería!


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