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Tres Tristes Sueños o el Infierno es la ausencia de Dios












Tuve tres sueños hace unas noches.

El primero lo olvidé nada más abrir los ojos. Sé que fue algo malo. Al despertar sentí como si tiraran de mis pies hasta una sima, en donde solo vivía la oscuridad junto a esos seres de ojos como la leche y alfileres oxidados en la boca.

Caí en el segundo sueño.

Peleaba. No sé cómo llegué hasta esa situación, pero golpeaba a alguien conocido. Era una pelea brutal. Golpeaba y golpeaba y en cada golpe me sentía mejor. El otro parecía un pelele, incapaz de devolver ni uno solo de mis ataques. Hizo un ruido terrible cuando los huesos de su espalda se quebraron al caer al suelo. Desde allí me pedía que parase pero continué golpeando más fuerte. Y luego yo ya no estaba allí, y golpeaba desnudo a una pared de color apagado. Tenía las manos protegidas de manera torpe por unos trozos de tela. Mis nudillos sangraban. Las manos se habían hinchado como un globo. El cuerpo me dolía demasiado, como si ardiese. Pero seguía golpeando a la pared. A cada golpe me sentía peor y peor. Cuando abrí los ojos mis brazos estaban cansados. Parecía que en realidad había estado luchado durante un buen rato contra un fantasma. La boca me ardía y el amanecer llegaba.

Me levanté. Serví la comida a mi gato y volví a la cama. Vino el tercero.

Este era más raro. Algo inexplicable había pasado y de cada uno de nosotros existía una copia. Nuestro clon andaba por ahí paseándose por el mundo. Podría haber existido el clásico conflicto de quién es el auténtico o no, problemas de identidad, incluso girar en torno a qué había sucedido. Pero la cuestión era que cada uno de nuestras copias eran iguales en todo excepto que eran más inteligentes. Esto provocó un gran desconcierto y todo el mundo estaba muy nervioso. Si hubiesen sido malvados o más fuertes o simplemente iguales, la cuestión se hubiese dirimido con cierta facilidad. Pero ellos eran más inteligentes. Simplemente más inteligentes. Recuerdo muy poco: cosas como que nunca coincidíamos con nuestras copias, solo se mencionaba su existencia. Encontré a mi hermana en un cine y ambos supimos que éramos los originales antes de comenzar a hablar.

Desperté con una sensación extraña. Como cuando de niño dejaba sin hacer los deberes.

Hace un momento mi gata dormía a mi lado. Chasqueaba la boca en sueños, como si masticase algo. Después despertó y comenzó lavarse, como hacen todos los gatos. Nunca sé si lo que veo en ella es muy sencillo o muy complicado.

Ninguno de los sueños tiene sentido más allá de la coctelera de experiencias tomando forma narrativa. El segundo no dice nada bueno de mí. El tercero no dice nada bueno de lo que pienso de mí. Sería la forma más sencilla de entenderlo.

No. Creo que alguien me está soñando. En algún momento despertará y nos describirá como un mal sueño.

Había un cuento sobre esto. No recuerdo el nombre, ni el autor. Era sobre un tipo que pensaba que vivía en un sueño. O que le estaban soñando, tanto da. Así que como estaba todo el día con el asunto en la boca, su familia acabó por llevarle a un psicólogo. El hombre y el psicólogo discutían mucho sobre el asunto. El relato era un repaso a la historia de la literatura –la relación entre lo onírico y la autoreferencia está bastante presente desde el barroco –pero ahondaba en la temática harto trillada sobre lo que es real y lo que no; las referencias filosóficas eran profundas y severas. En unas veinte páginas de relato se desgranaba de forma muy fina todo el asunto. Era un Flores para Algenoon de la filosofía trasportable.

Como no había forma de que el sujeto supiera si estaba en un sueño, y dado que el argumento sobre que da igual saber si el sueño es sueño o no siguiendo el razonamiento de la continuidad en Descartes no convencía, el psicólogo se sale por la tangente y le recomienda una técnica oriental bastante epistemológica. Soy consciente de que aquí el relato desbarra, ese es uno de los motivos por los que creo que lo olvidé a propósito. Le dice que el dolor es lo que le mantiene sabiendo que está despierto o de que, al menos, no está siendo soñado. El tipo se compra varios libros al respecto y todos los días inicia una búsqueda del dolor fino, ajustado y profundo que le asegure que no está dormido. Se hace mil perrerías con alfileres, cuchillas y tenazas. Se lo oculta a su familia pero cada día se hace más difícil disimular la cantidad de heridas. Cuando le pillan lo devuelven al psicólogo.

En la primera sesión, el psicólogo le dice que él en ningún momento le ha dicho eso, y que la técnica oriental es una pavada. El hombre queda profundamente tocado y desconcertado con la situación. ¿Cómo pudo inventarse el asunto? ¿por qué juega con él?

En la cita siguiente y antes de mediar palabra, el hombre le atiza con un martillo en la cara al psicólogo. Es tal la hipérbole que recuerdo cómo describía que los dientes rompieron los cristales como perdigones de una escopeta de caza. Desde el suelo el psicólogo le suplica que pare, pero el hombre levanta con fuerza el martillo y lo descarga contra la cabeza.

Y ahí alguien despertaba en un avión. Una mujer mayor. Su pareja la estaba tratando de calmar. Ella le preguntaba que qué pasaba. Su pareja le dice, parece que estabas teniendo una pesadilla… ¿Qué era? Y la señora le contesta que ya no se acuerda de nada. Que debió ser la comida del avión.

Recuerdo que el relato me pareció una auténtica basura, pero me gustó la idea de que ese hombre fuese el producto de una mala digestión. No soy tan idiota de pensar que somos el producto de una mala digestión, o equivalente metafísico. Aquí todo es más trivial. Aquí el infierno es la ausencia de Dios, como el nombre del relato de Ted Chiang.

Ahora iré a dormir.

Si soy afortunado crearé un universo efímero del que nadie nunca sabrá nada.


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