Header Ads

The monkey's paw



En el raro caso de que tuviera que elegir tres cuentos para salvar del inminente Apocalipsis creo que mis opciones están claras. Esta se debe no tanto a que sean tan buenos como un “Los muertos” de Joyce, “La mejor historia del mundo” de Kipling (volverá a salir), o Borges y Cortazar paseando con Bolaños. No, esos me los llevo en mi corazón; Los otros los salvaría porque tengo una cuenta pendiente con ellos que pasa por la obsesión, y las obsesiones tienen que tener un sustrato material. Me llevaría los libros.

Creo que todo lo que pienso sobre la existencia está ahí. “El cuento de Navidad” de Charles Dickens, “El flautista de Hamelin” la versión más cruda, y, del que voy a hablar “La pata de mono” de W.W. Jacobs. Del primero lo salvo porque lo leo como una especie de “El paseo” de Walser pero en un terreno menos metafísico: cómo nos percibiríamos fuera de tiempo. “El flautista de Hamelin” porque habla sobre la mezquindad del ser humano; siempre pensé que Mad Max 2 es una adaptación de ese cuento; en la versión más cruda no hay malos ni buenos, solo gente miserable que hace miserable al resto. “La pata de mono”, mi preferido, y tal vez uno de los pocos cuentos que he leído treinta o cuarenta veces, me parece el relato de terror mejor contado y preciso del género.

Como trasfondo a decir que la primera vez que leí el relato fue en una versión para niños en inglés para nuestras clases de EGB. Es bastante curioso porque en ese mismo curso leímos “La pata de mono” y  “Vodooo Island”. Sinceramente, eso sí era educación: muertos vivientes, ritos de religiones prohibidas y finales funestos. Recuerdo que citaba en otra entrada uno de los libros que nos hicieron leer (“El cabrerillo”) trataba de un niño un poco paleto que viajaba con su cabra a la ciudad con su petate y una flauta zampoña. La cabra moría, perdía la flauta y al chico se lo comía un león de un circo. “Voodoo Island” era para débiles si comparamos.

Resumiré la historia. Una familia espera la llegada de un antiguo amigo al calor de la chimenea. Son una pareja mayor y su hijo. Da la impresión de que debieron tenerlo mayores, pues a él se le describe como alguien joven mientras que a ellos se refieren siempre como ancianos. El antiguo amigo al que esperan es un soldado inglés que hizo las indias. El personaje parece sacado de “El hombre que pudo reinar” de Kipling. Al principio se muestra reticente a las preguntas de la familia pero después de tomarse unos copazos comienza a contar cosas de sectas raras, de sus batallitas y deja caer que posee una pata de mono que concede deseos que le ha hecho la vida imposible. Pese a mostrar reticencias, les deja la pata a la familia pero les implora que no la usen. Esto es absurdo, si no quieres que la usen, no se la des. Infiero de su actitud que, como el Anillo Único, la pata debe pasar de un portador a otro y el soldado eligió a la familia para librarse de ella. En realidad, el soldado fue allí con el claro propósito de putearlos. La familia, un tanto escéptica pero animados por la charla y el misterio deciden a modo de broma pedir 200 libras. La pata parece vibrar cuando el anciano pide el deseo, pero no pasa nada. Ni caen monedas del cielo, ni se aparece sobre la mesa.

Al día siguiente la familia desayuna y ríe sobre el asunto. El hijo se despide y se va a trabajar. Poco después una figura siniestra cruza el patio y es recibido en la casa. Es un abogado que oficia para el telar donde trabaja su hijo. Les comunica que ha muerto y que en el telar no se hacen responsables (ay estos capitalistas…), pero que como compensación –imaginamos que por mantener su silencio –les corresponden 200 libras.



Pasa el tiempo tras el entierro de su hijo y en una noche en vela el anciano le pregunta a la anciana qué hace mirando por la ventana. Aquí se da un cruce de palabras precioso y escalofriante.

"Come back," he said tenderly. "You will be cold."
 "It is colder for my son," said the old woman, and wept afresh.

Entonces la anciana recuerda la pata y le pide a su marido que formule el deseo de que vuelva su hijo. Aunque reticente, accede. Pero al igual que con las libras, nada parece suceder. Unas horas después algo llama a la puerta insistentemente. La anciana cree que debe ser su hijo. Tardó porque el camino del cementerio está a varias millas. El marido, asustado, la suplica que no abra: lo que puede encontrarse es terrible, alguien destrozado por un telar que lleva bajo tierra varias semanas. Un muerto viviente. Pero la anciana, razonablemente, solo quiere abrazar a su hijo y que vuelvan a ser tan felices como al inicio del relato. Así que corre a abrir la puerta, pero no alcanza el último de los pestillos de cierre lo que le da tiempo a su marido para buscar la pata y formular un tercer deseo que como lectores desconocemos. En ese momento la puerta, que parecía venirse debajo de los golpes, deja de temblar. El anciano abre la puerta y nos deja con este último párrafo que a mí me hace estremecer por lo que sugiere.

«He heard the chair drawn back and the door opened. A cold wind rushed up the staircase, and a long loud wail of disappointment and misery from his wife gave him courage to run down to her side, and then to the gate beyond. The street lamp flickering opposite shone on a quiet and deserted road.»

Una calle desierta y tranquila.



Me encanta el final. Me encanta esa calle desierta y tranquila. ¿Por qué está desierta u tranquila? ¿Qué hace pensar que después de todo lo que acaba de pasar puede estar una calle desierta  y tranquila?

Saltaré las interpretaciones obvias sobre posible morals en el relato: que el poder entraña responsabilidad y cuidado con lo que deseas. Pero sería muy absurdo pensar que “La pata de mono” trata sobre eso. Son personas humildes que pudieron haber pedido ser ricas y solo desearon 200 libras, tal vez el sueldo de un par de meses en el telar de su hijo. El resto solo son pasiones humanas desatadas, después de que todo haya ido mal. Desear traer de la muerte a un ser querido o deshacer un entuerto cuando existe la posibilidad sería algo que nadie dejaría escapar, empezando por mí. Es un relato sobre gente sin pretensiones a los que la mala suerte llama a su puerta.

Lo que convierte en inquietante el relato es toda la parte final. No sabemos cómo vuelve el hijo, ni siquiera sabemos si es su hijo: con el antecedente de las libras podemos esperar cualquier cosa. Pero si es su hijo, ¿qué queda de él? ¿qué es eso que llama a la puerta insistentemente? La madre es capaz de enfrentarse a cualquier horror, pero su padre sabe que abrir la puerta es dejar entrar a la locura más absoluta. ¿Cómo van a poder esos ancianos sobrevivir a tanto dolor?

Pero así, en confesión, lo que de verdad me inquieta es ¿qué llevó a que la calle estuviese desierta y tranquila? El tercer deseo nunca aparece escrito en el relato, a diferencia de los anteriores. Como lector, tapas los huecos e imaginas que el anciano pide que su hijo desaparezca, que vuelva al cementerio o vuelva a morir. Es lo sensato y, además, lo que parece encajar con la resolución del relato. Sin embargo, no sabemos que pide. A mí me encanta otra cosa, que es lo que me da miedo. Sabemos que el juego de “La pata de mono” es que los deseos concedidos se cumplen solo que parece que se organizan de forma orgánica. El efecto surge como si hubiese sido algo natural. Sin embargo, el segundo deseo es totalmente sobrenatural y si aquello que llama a la puerta es su hijo, el resultado del deseo funcionó de forma directa. Así que, como todo buen filósofo del lenguaje sabe, es fundamental saber qué pidió aquel anciano. Entonces, ¿que pasó?

Yo creo que pidió que no haya ninguna persona en la calle. La calle está desierta y tranquila porque ya no queda nadie más en el mundo. Solo ellos dos. Borraron al resto de las personas solo por tratar de enmendar el error de devolver la vida a su hijo. Los ancianos recuperan la tranquilidad al precio de ser las únicas personas sobre la Tierra.



El terror que produce este cuento siempre es sobre cómo personas tranquilas afrontan acontecimientos que les superan. Me recuerda a mí, que suelo ser desbordado por los acontecimientos. La pata de mono es esa salvación para liberar la presión, pero, como toda salida fácil y rápida, produce mucho más dolor que asumir y tratar de aceptar (superar, si se prefiere en otros términos) aquello que nos viene. Si la vida te da limones, haz limonada, que dicen los estadounidenses. Todo el horror es sugerido y llega de la incapacidad del marido de enfrentarse a las decisiones que toma. El pilar de la familia, en los términos del relato y de la época en la que está narrado, se viene abajo cuando es incapaz de apuntalar la calidez del hogar, de la felicidad mantenida a pulso durante años.

La pata de mono es sobre cómo las malas decisiones y la mala suerte puede acabar con todo. Desde la llama del hogar hasta todo el universo.



No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.