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The expendables


Hace muchos años, cuando aún se hablaba abiertamente de Guerra Fría, un exboina verde estadounidense se infiltraba en territorio Vietcong para rescatar a unos prisioneros de guerra que habían sido dejados atrás. El soldado era John Rambo. La película First Blood II (a.k.a Rambo II).
John Rambo era el juguete roto de la administración Nixon. Un soldado que al regresar a su patria se encontró con el desprecio de una sociedad que le recordaba que mientras estaba defendiendo la democracia en Asia también asesinaba a niños –y era así, mataban niños. Ya sabemos todos la que lía en el pueblo ese perdido de la mano de Dios cuando el sheriff fascista se mete con Rambo. Entre que Rambo quiere juerga y el sheriff que se aburre, aquello no podía acabar bien. Digamos que el libro en que se inspira la película acaba peor.
Rambo II, guión de James Cameron que recuerda bastante al de 1999 Rescate en Nueva York de John Carpenter, es una muestra más de cuando el cine de acción de Hollywood estaba muy comprometido con el gobierno Reagan y la política internacional de bloques. Allí estaba todo mezclado: la industria de las armas se servía para publicitar sus nuevos productos; también actuaba como propaganda anti-soviética y los héroes de acción se plegaban de manera sumisa al orden establecido por lo militar (que no por la inteligencia o los servicios secretos) para restaurar el orden. Que Rambo vuelva a Vietman, no se le escapa a nadie, es todo menos causal. Además, algún ejecutivo debió pensar que los charlies eran poca cosa para el exboina verde y decidieron incluir unos cuantos rusos de manual (uno tipo oso torturador, otro que recordaba a un nazi: el pack perfecto del evil empire). Cuando Rambo rescata a los POW y vuelve a la base descarga su ira contra un agente de la CIA que dirigió la operación y que le dejó vendido al poder ruso –como siempre, el Estado da puñaladas en la espalda a los militares, esto es un tópico de la literatura histórica del siglo XX.
Rambo se descubre como algo prescindible. Un muñeco roto de la administración.
Todos estos actores de acción de los ochenta que se comprometieron con este imperialismo americano también defendían en lo personal el proyecto republicano. No voy a enumerar casos, pero creo que ninguno ha ido a una convención demócrata. Es, sin duda, una apuesta muy fuerte que es difícil de mantener cuando el muro de Berlín cae. Hollywood, además, sufrió una desafección hacia el poder político y, aunque la propaganda continua mediante mercenarios tipo Ronal Emmerich, los héroes de acción quedaron huérfanos. John McClane ganó la partida a los héroes de acción. Todos los héroes eran ya prescindibles para el gobierno.
Recuerdo que Fernando J. Martinez y yo estuvimos hablando del proyecto de Stallone The expendables cuando éste actor lo puso en marcha. Como idea era brillante: reunir a todos los héroes de acción de los ochenta que quedaron huérfanos de la política internacional de los EE.UU. Aquellos que ya debían luchar contra enemigos abstractos en lugar de contra idearios políticos. Narrar en The Expendables aquello que gente como Rambo pudo llegar a pensar cuando alcanzaron un estado de autoconciencia en el que fueron capaces de verse como lo que son Mercenarios (o Ronins) al servicio del mejor postor. Ladrones, asesinos y caraduras que abrazaron el nihilismo porque ya no había marcha atrás.
Aunque las películas de ratpack recuerdan en cierta medida este intento juerguista de pasárselo bien narrando aventuritas de amiguetes, algo así como los Ocean’s de Steven Soderbergh, en nuestro país, muy dado a lo coral, existió un experimento televisivo similar que aunaba los Ocean’s con The Expendables. Se produjo en un aserie con bastante tirón llamada Los ladrones van a la oficina.



Esta serie parecía estar preparada para dar cabida a todo un cine español que había dejado de existir en los ochenta. Creo que, excepto Alfredo Landa y José Sacristán (pues Paco Rabal salió en varios capítulos), todos los tótems del cine español del franquismo estaban en la película. Los ladrones van a la oficina trataba sobre un grupo de timadores y granujas vividores que iba al bar La oficina regentado por un Resines mudo (su mejor papel ever). Todos ellos unos prescindibles de la nueva sociedad española post-transición. Entre este grupo destacaba la presencia de Fernando Fernán-Gómez, posiblemente el mejor autor, actor y director de todos los que allí se juntaron. El que mejor se supo adaptar a los tiempos post-transición y mejores proyectos supo abordar. Es por esto que sigue llamando la atención el que le viéramos en una serie que tuvo bastantes capítulos. Mantener con pegamento durante dos temporadas a tanta gente importante de nuestro cine, debió ser una tarea complicada.
Cuando recuerdo esta serie sigo pensando en lo mala que era. En realidad no era malísima y, en cierto modo, tenía algunos chistes brillantes y, bueno, entraba dentro de la categoría de serie coral española costumbrista que se sigue haciendo. Nunca me ha gustado ese formato (excepto en Berlanga) y, tal vez, sea un prejuicio que no pueda evitar. Además cumple con los tópicos de que le tiene que gustar desde el niño chico al abuelito. Cualquiera que se dedique a guionizar series españolas les compadezco (en parte) por tener que cuadrar el círculo de la neutralidad en cada capítulo.
Nosotros ya teníamos nuestros prescindibles del cine. Toda la industria propagandística del régimen les había acogido (pese a que todos eran unos antifranquistas convencidos) y la Transición les escupió hacia una nueva forma de hacer cine que primó cierta excelencia antes que la producción de entretenimiento (digamos, de mala manera, el modelo Pilar Miró). De todo esto salieron las mejores películas de estos actores; de hecho, algunos empezaron a llamarles actores como si lo que hacían con Franco no fuese actuar. Debían ganarse un respeto de mercenarios que la gran crítica marxista del país se negaba a darles.

Cuando Stallone decidió reunir a sus amiguetes de correrías en una especie de ejercicio metacinematográfico nosotros ya llevábamos robando las carteras de la autoconsciencia con unos años de adelanto. A fin de cuentas, todos somos prescindibles.



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