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El perdón a través de lo sublime






















Por más que trate de anteponer mi laicismo al entorno educativo en el que me veo rodeado desde la infancia, no puedo evitar pensar en términos de pecado-perdón, culpa-responsabilidad o culpa como carga. Aunque en múltiples ocasiones me impuse a tal dicotomía y el perdón de los demás me importase poco o bien poco (en estos términos) en la mayoría de los casos peleo con el hecho de desear la búsqueda de reconocimiento con el deseo de perdón. Pese a que no lo implore, he de desearlo secretamente, pues sino no explico la incapacidad que tengo para que el sueño me desarme cada noche en la que me acuesto con cierta picazón en la nuca.
En ocasiones pienso que he podido hacer cosas imperdonables.
Entonces, me propongo, tal vez tenga que hacer como Beethoven, una gran obra que me permita redimirme ante todos. Si escribes la Novena Sinfonía por fuerza han de perdonarte todos aquellos que alguna vez te importaron.
Las mil y una perrerías que Beethoven le hizo a esta mujer –el amor inmortal del compositor, según la película homónima, pero eso poco importa –se ven redimidas ante la grandiosidad de un legado a la humanidad de valor incuestionable. Sublimar no el deseo a través del arte, sino reconducir el perdón a través de los sublime.
Pero claro, si no puedo ofrecer lo que Beethoven legó, ¿cómo puedo tener el descaro de ser perdonado sin condiciones?
Entonces me pregunto, si el legado que nos están dejando ahora aquellos que debieron dejarnos un mundo mejor es éste, cómo vamos a poder perdonarles a todos.
¡¿Cómo?!






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